Es un sistema, un mecanismo, un medio para facilitar y promover la redistribución de la riqueza.
Sin duda la pandemia mundial ha demostrado más que nunca la desigualdad creciente causada por la concentración imparable de la riqueza, y es que la redistribución de esta es cada vez más inequitativa.
En Enero de 2017, Oxfam anunció que el grupo ultra privilegiado cuya riqueza excede a la de la mitad más pobre de la población mundial ha quedado reducida a 8 personas. La mitad más pobre alcanzo los 3.600 millones aproximadamente. (Oxfam International, 2017)
El informe de Oxfam muestra cómo nuestras economías rotas están canalizando la riqueza a una élite rica a expensas de los más pobres de la sociedad, la mayoría de las cuales son mujeres. Los más ricos están acumulando riqueza a un ritmo tan asombroso que el mundo podría ver su primer trillón en sólo 25 años.
Para poner esta cifra en perspectiva, se tendría que gastar $1 millón cada día durante 2738 años para gastar $1 billón.
Siete de cada 10 personas viven en un país que ha experimentado un aumento de la desigualdad en los últimos 30 años. Entre 1988 y 2011 los ingresos del 10 por ciento más pobre aumentaron en sólo $65 por persona, mientras que los ingresos del 1 por ciento más rico crecieron en $11,800 por persona, 182 veces más.
Y es que parecería que no hay solución al incremento de la pobreza, y que la ineficiente y aletargada redistribución de la riqueza solo genera más injusticia social. Ese contexto genera varias preguntas. Por ejemplo: ¿Qué ocurre con el tejido social de un país en el que un grupo contado con los dedos de las manos controla la mayor parte de la riqueza nacional? ¿Qué impide que ese grupo sea quién tome todas las decisiones e imponga las reglas económicas y sociales que rigen a dicha nación? La riqueza va acompañada de un inmenso poder y esta a su vez ejerce control.
Pero más allá de que las naciones deberían tomar decisiones más responsables sobre como redistribuir su riqueza, en el contexto actual, es el empresario quién se va posicionando cada vez más como un generador de bienestar, como un generador de estrategias a largo plazo, un generador de sostenibilidad. La mirada del mundo se enfoca cada vez más en la empresa privada, como este generador de paz, de justicia social, de equidad.
Un ejemplo claro de esto es el rol de las empresas privadas durante la pandemia. Si bien los gobiernos son quienes han guiado y dictaminado leyes, reglamentos, ordenes, estatutos, normas, etc. para enfrentar la crisis sanitaria; las comunidades en situación de pobreza han regresado a ver a la empresa privada como ese actor que puede dar respuestas inmediatas a su situación de vulnerabilidad.
En este sentido, las empresas a través de sus prácticas de RSE/RSC generan mecanismos, sistemas y medios para facilitar y promover la redistribución de la riqueza.
Definamos en forma sencilla la redistribución de la riqueza: Es la transferencia de ingresos y de riqueza (incluida la propiedad física) de unas personas a otras mediante mecanismos sociales como impuestos, caridad, estado del bienestar, servicios públicos, subsidios, reforma agraria, etc.
Y es que históricamente en economía pura solo existen tres maneras de distribuir la riqueza, la política monetaria, el salario y la política fiscal. Y de hecho en la mayoría de la población cuando se habla de redistribución de la riqueza, en palabras sencillas, la forma en que los ricos comparten su riqueza con la sociedad en general (es decir con el resto) es a través del pago de impuestos.
A esto hay que agregarle que la política fiscal y el pago de impuestos en países como el Ecuador, no es un tema aceptado con agrado por el pagador, ya que no considera que su dinero será bien invertido o utilizado por el gobierno para generar bienestar para la sociedad en general; o que le brinde algún retorno o beneficio a él mismo o a su negocio.
En este contexto la RSE se convierte en un excelente mecanismo de redistribución de la riqueza.
Por eso tenemos que cambiar la tendencia, de creer en el poder de los mercados centrados en el beneficio personal para solucionar cualquier desajuste, y admitir que los problemas de desigualdad tienen una alternativa viable si lo que prima es el bien común y la empresa socialmente responsable.
Retomando el objetivo de INCOMPANY “que al fomentar el concepto de hacer las cosas bien el beneficio es positivo para todos”; el empresario socialmente responsable representa ese bien común, es quién puede plasmar en acciones, proyectos y procesos, ese ideal de generar bienestar y redistribuir la riqueza de una forma más amplia, en que mejore la calidad de vida de una gran mayoría, desconcentré el poder y cree un entorno de justicia social.
En las próximas ediciones de INCOMPANY compartiré con Ustedes múltiples experiencias que reflejan el impacto positivo y escalonado al utilizar la RSE como un mecanismo asertivo para la redistribución de la riqueza, acortando la brecha entre ricos y pobres y fomentando el alcance de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS 2030).
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